La memoria nos libera. Por años, recordar, tejer, narrar, cantar ha sido el bálsamo de los pueblos olvidados y victimizados. Conocer y recrear las historias del pasado para aprender de ellas, para enseñar y compartir con los niños, con los jóvenes, es una de las puertas que se abre ampliamente cuando se callen las armas. Gracias a la memoria, observamos el pasado de manera crítica, entenderemos el hoy y haremos propuestas para ayudar a reparar lo que esté dañado en el presente.
La memoria alimenta la impunidad. Por eso, la lucha por abrirnos espacio en los relatos públicos con las versiones de los oprimidos, los excluidos, los humillados, es además de incómoda para los actores armados, un aporte a la verdad, a la justicia.
Sentir dolor y solidaridad por las pérdidas de otros es un primer logro de las múltiples expresiones e iniciativas de memoria que existen en Colombia. Reconocer el derecho a la verdad y, en un futuro, a la memoria será un gran logro para que, al fin, las comunidades y personas afectadas por el conflicto armado restablezcan su buen nombre y obtengan la verdad sobre lo que les pasó, dando lugar a una reflexión social colectiva que llame la atención sobre la no repetición y la reparación digna e integral a las víctimas.
La memoria, pues, echa raíces en cada rincón de Colombia, nacida en la intuición, la reivindicación y catarsis de la comunidad que, recientemente apenas, está encontrando apoyos de los gobiernos de turno. Continuar avivando una memoria no oficial, es el reto del Estado que promueve iniciativas y espacios como museos para que la tragedia y la resistencia sean vistas y, la primera, no se repita, mientras la segunda sea inspiradora.
En estas imágenes apreciamos a las Mujeres Tejedoras de Mampuján, víctimas de los paramilitares en la costa Caribe colombiana, ganadoras del Premio Nacional de Paz.
Fotografía: David Estrada L. Blue Photo Agency