El sociólogo y profesor universitario Max Yuri Gil nos cuenta en esta columna sus razones para votar sí en el plebiscito del próximo domingo donde los colombianos tenemos la responsabilidad de decidir si aprobamos el Acuerdo Final para la Construcción de una paz estable y duradera logrado en La Habana, entre las Farc y el gobierno.
Este próximo domingo Colombia vivirá una jornada decisiva que marcará una buena parte del rumbo futuro de la nación. No es una cita electoral más, sino una oportunidad de dejar atrás una larga guerra de más de cinco décadas que ha enfrentado a la guerrilla de las Farc y al gobierno nacional. En este plebiscito votaré sí, sin duda, por las siguientes 6 razones:
1. Nací en 1967, eso significa que mi generación ha vivido toda su vida en medio de la guerra. Claro, no ha sido siempre igual, ha habido momentos de intensificación de la confrontación, y también momentos de distensión, pero la guerra siempre ha estado ahí como una sombra que no nos abandona. Además, muchos de mi generación creímos en que era posible transformar la realidad de manera estructural apelando a múltiples vías, pero la crudeza de la muerte nos demostró que no era posible. En este esfuerzo muchos murieron buscando concretar sus sueños, y muchos más terminaron asesinados. Esto nos hizo replantear muchas de nuestras concepciones y entender el enorme potencial de los cambios paulatinos.
2. Esta guerra larga y degradada ha dejado una enorme estela de muerte, destrucción y violencia. Cerca de 8 millones de colombianos y colombianas han sufrido de diferentes maneras la brutalidad de la guerra. Desde mi trabajo en ONG, en especial en Corporación Región y también varios años en la Unidad de Derechos Humanos de la Personería de Medellín me pusieron de frente a la realidad de la guerra y su impacto devastador en la vida de las personas. La guerra es violenta, y esto trae aparejado de manera inherente, la generación de víctimas. No quiero apoyar un día más de guerra, no quiero una víctima más.
3. Los grupos en contienda se han degradado en la confrontación. Las elites nacionales y sus fuerzas armadas asumieron las doctrinas de la seguridad hemisférica y del enemigo interno y se dedicaron a combatir legal e ilegalmente tanto a las guerrillas como a los partidos políticos de izquierda y a los movimientos sociales, mediante el asesinato, la tortura, la desaparición y la intimidación. Cuando la estrategia oficial se hizo insostenible, se recurrió a la subcontratación de grupos de narcotraficantes y paramilitares, quienes ejecutaron los encargos de los determinadores del exterminio. Prueba de eso, son asesinatos como los de Héctor Abad Gómez, Manuel Cepeda o Jaime Garzón, por poner solo algunos de los nombres más conocidos. Pero también las organizaciones insurgentes se envilecieron, en la obsesión por el crecimiento y la búsqueda del poderío militar, adelantaron campañas de eliminación de las disidencias internas, recurrieron al narcotráfico, la extorsión y al secuestro como formas principales de financiación y en no pocas ocasiones se volvieron enemigos de las poblaciones que pretendían representar. Esta guerra no va para ninguna parte, no ha contribuido de ninguna manera a crear una mejor sociedad.
4. La guerra ha sido utilizada como excusa por las elites para retrasar reformas democráticas en el país. Estas se han dejado para utilizarlas como pieza de cambio en las negociaciones con los grupos insurgentes o peor, se han bloqueado por parte de los sectores más retardatarios de la sociedad. Actualmente, los enemigos del proceso de paz se resisten a producir cambios principalmente en tres aspectos: no admiten que se cuestione el poder de los grandes propietarios de tierra ociosa o dedicada a la ganadería extensiva, no están dispuestos a permitir que se generen procesos de competencia política en la vida local, y no quieren permitir que se conozca la verdad de sus crímenes y de sus alianzas con grupos del narcotráfico y la delincuencia. El acuerdo logrado es una ventana de oportunidad para avanzar en transformaciones democráticas, y nos puede permitir, sin la amenaza de la guerra, abordar asuntos de la equidad y la justicia social, impedidos hasta ahora.
5. La guerra ha sido la excusa para criminalizar, estigmatizar y destruir procesos colectivos de exigibilidad de derechos en nuestro país. El asociacionismo, la práctica de juntarse con otros para obtener mejoras y conquistar derechos se convirtió en Colombia en una actividad de alto riesgo. Ser líder social, sindical, comunitario, defender los derechos humanos, promover la organización social, son todas, actividades peligrosas, y este es un impacto directo de la guerra que hemos vivido. La guerra ha destruido el tejido social y ha servido como justificación para la acción violenta contra las organizaciones sociales. Después de la negociación, se puede presentar un resurgimiento de la acción política y social, liberadas del pesado lastre de la guerra.
6. Finalmente, la guerra ha fortalecido algunos de los peores rasgos de la cultura política colombiana, ha alimentado el autoritarismo, el patriarcado y la intolerancia. Una muestra de esto la hemos visto en las últimas semanas en la discusión sobre el acuerdo de paz, pero también hemos visto como en los últimos 14 años una de las peores expresiones de sectores criminales, mafiosos y autoritarios, terminó gobernando el país, con un alto y doloroso respaldo de sectores populares. Sin la guerra, es probable que esta postura pierda respaldo y legitimidad y que termine reducida, como en otras sociedades, a una mínima porción de la población.
Por todas estas razones, porque sé que la guerra no es un proceso natural, no es una condición genética ni mucho menos un designio divino, sino una construcción humana resultado de un conjunto de intereses en disputa; estoy seguro que puede tener fin. Sé que quedará una infinita lista de problemas por resolver, pero habremos avanzado en terminar uno de los que más energía ha consumido en esta nación. Nuestro país puede vivir mejor, con mejores conflictos, con los problemas y dificultades propias de otras sociedades sin guerra, tramitados de manera democrática, reconociendo la diversidad.
Además, porque si nuestra generación no vivió ni un año de paz, espero que mi hijo, su generación y las futuras, puedan dedicar sus esfuerzos a construir una mejor nación. Por eso votaré sí, porque tengo esperanzas y no renuncio a mis sueños.