¿Y si me matan? (4)

Solís Almeyda es un legendario guerrillero con escasas apariciones en medios. Aún comandante del Frente 19, Solís se pregunta qué pasaría si lo matan, y responde con preocupación por las tierras que reclaman los campesinos.

Por: 
Solís Almeyda

Becerril del Campo y sus Flores, es el nombre de un municipio del departamento del Cesar en el que cada febrero se celebra el famoso festival de la paletilla, una fiesta donde los indígenas Yukpas son la atracción. Allí se derrocha alegría, se bebe chirrinche, ron caña, wiskhy y se baila la música vallenata al ritmo de guacharaca, caja y acordeón.

En este pueblo pacífico y de gente trabajadora, aporreado por la injusticia social, tuvo un auge sin igual el movimiento político Unión Patriótica que, producto de los Acuerdos de la Uribe con las FARC-EP, sirvieron de plataforma de lanzamiento de este movimiento a mediados de la década de los años 80s.

En este municipio humilde, y de gente apacible surgieron hombres que creyeron que un país reconciliado era posible y que el nuevo Movimiento Político era la oportunidad de cambiar las viejas estructuras del bipartidismo liberal conservador que en el departamento del Cesar encabezaban los Castro Castro, Los Araujo Noguera, los Gneco Cerchar, los Cuello Dávila, los Campo Soto entre otros, familias que han ostentado el poder político y económico de los partidos tradicionales en este departamento.

En ese entonces se escucharon nombres nuevos en la política del departamento, que con un discurso de avanzada y sobre todo de paz entre los colombianos se iban abriendo paso augurando que un país donde reinara la justicia social era posible, así con encendidas arengas fueron elegidos a puestos de representación Jairo Urbina Lacouture, Víctor Ochoa, Joaquín Orozco, Alexis Hineztroza y otros jóvenes dirigentes políticos que hicieron de la Jagua de Ibirico y Becerril un fortín del naciente movimiento, eligiendo a varios de sus dirigentes al consejo municipal e incluso llevando a Alexis Hinestroza a la asamblea departamental.

La violencia no se hizo esperar; y muy pronto fueron apareciendo los primeros muertos por la barbarie de la guerra sucia; entre 1992 y 1997 fueron asesinados José Francisco Ramírez, Jairo Urbina Lacouture, Joaquín Orosko, Alexis Hinestroza, Víctor Ochoa Maya, se amenazaba, se asesinaba y se desplazaba no sólo de las veredas a los campesinos, sino de los cascos urbanos donde también se incrementaban los asesinatos.

Mientras tanto en la serranía del Perijá se incrementaban los operativos contra las guerrillas con el manido argumento de combatir el terrorismo, donde se hizo famoso por su comportamiento represivo el batallón de contraguerrillas número dos Guajiros.

Ya para ese momento las minas de la Jagua de Ibirico se hacían famosas por las grandes empresas depredaban la tierra con la explotación y comercialización del carbón, donde sobresalían por su opulencia; Prodecco, Carbones Sororia, Carbones del Caribe   que después le vendió la multinacional Glencore vieron como un postre que no podían dejar perder a los predios vecinos donde vivían humildes campesinos.

Así ocurrió con la parcelación Santa Fe, que en el pasado el INCORA le había comprado al ganadero Silvestre Dangond Lacouture y le había entregado a 30 familias que comenzaron a hacer producir la tierra, sembrando yuca, arroz, maíz, plátano, que entraría a incrementar los productos en la cabecera municipal.

Hasta allí llegó la violencia, pronto los soldados asesinaron a Nayid Martínez, uno de los parceleros de Santa Fe porque lo confundieron con un guerrillero, en ese entonces cualquier escaramuza con la insurgencia era tomado como pretexto para encarcelar, torturar, y hasta matar como sucedió con Nayid el 3 de febrero de 1.991, luego vino la masacre en la vereda Las Cumbres donde asesinaron a seis campesinos el 16 de agosto de 1.991 entre ellos a Jhoe Lemus también parcelero de Santa Fe. Allí como un milagro se salvó uno de los campesinos que eligieron para asesinar ese día.

Desde ese momento la vorágine de violencia se fue alojando en el Centro del Cesar, donde como una maldición estaba de por medio las empresas nacionales y multinacionales explotadoras y comercializadoras de carbón, así como los proyectos de la agroindustria de la palma africana.

Pero la verdadera barbarie comienza en 1.997 cuando las hordas del paramilitarismo apoyados por el ejército ubicado en las instalaciones de las minas de la Jagua, entraron a Santa Fe y por ahí derecho llegaron hasta Estados Unidos que había sido duramente golpeado por la acción criminal del paramilitarismo; entonces los parceleros de Santa Fe, verían correr la sangre de sus compañeros Lucas Aragón, Veder Luna, Weimar Navarro, Henry Laguna, todos ellos asesinados en distintas fechas que hicieron que terminaran desplazándose como lo querían las empresas carboníferas.

Es así como a los habitantes de esta prospera tierra fueron despojados y expulsados de sus propiedades para luego ser contactados por Edgardo Percy Diazgranados, oscuro personaje al servicio de las empresas mineras y del paramilitarismo que con el ofrecimiento y pago de insignificantes sumas de dinero y amenazas a los campesinos con el jefe criminal  conocido como Tolemaida, compró parcelas para luego venderlas para la explotación minera.

Hoy los verdaderos dueños de Santa Fe, los parceleros, luchan para que el Estado les restituya sus derechos vulnerados, lo cual no ha sido posible a pesar de tener todas las pruebas a su favor; solamente se preguntan. ¿Y si me matan? Quién entrará a explotar estas tierras fértiles en su suelo y ricas en su subsuelo, cuando ya en su seno se cultivan 127 hectáreas de palma africana y avanzan los proyectos de explotación minera?

Que se cumpla con la restitución y que se respete la vida a los campesinos que con valentía continúan luchando por recuperar su territorio.