Andrés Arredondo, antropólogo y gestor de memoria, opina sobre las movilizaciones por la paz en Medellín. El pasado jueves 20 de octubre decenas de miles de persona se tomaron las calles una vez más para exigir un #AcuerdoYa
Durante la última marcha por la paz y la vigencia de los acuerdos, realizada este jueves 20 de octubre en Medellín, un joven se preguntaba por qué es tan difícil hacer que en esta ciudad la gente responda al llamado de apoyar la paz y por qué prevalece tan fuertemente el conservadurismo y las posturas guerreristas. Esa inquietud se enmarca en el triunfo del NO en el Plebiscito.
El No ganó en Antioquia y Medellín por ¡400 mil votos! Es decir, la región antioqueña marcó la tendencia en la votación y finalmente determinó el triunfo de los negacionistas frente al proceso de paz.
La respuesta no es fácil ni obvia. Para afrontarla es necesario hacer un breve ejercicio de lectura histórica e intentar desde ahí una respuesta sensata. Medellín es una ciudad enclavada entre montañas que durante siglos la aislaron del resto del país y del mundo. Esa circunstancia hizo que se fuera decantando en sus habitantes un modo de ser profundamente autoreferenciado, conservador y puritano. Además de esto, el catolicismo del que siempre se ha enorgullecido la mayoría de sus habitantes, ha sido uno de los elementos ideológicos en los que se soporta la explicación de ese comportamiento, que incluso en la academia es ampliamente tomado como verídico y acertado.
Sin embargo, es necesario aclarar que la religión dominante con su tolerancia al descarrío con tal de que haya arrepentimiento, ha sido en realidad una suerte de puerta giratoria ética y moral que ampara modos de ser denigrantes y en abierta contravía al espíritu de construir una sociedad moderna, plural y democrática. De hecho no es gratuito que personajes como Escobar se hayan convertido en un referente incómodo pero vigente en el acontecer de la bella villa, y que su espectro se pasee arrogante por esta ciudad, la misma que proclama a todo pulmón ser otra, ser ejemplo a seguir pues logró sepultar ese pasado vergonzoso. Ojalá fuera cierto, pero no lo es.
Casualmente durante la marcha, pasamos junto a la imponente escultura, aunque ya algo invisibilizada por los años, del arzobispo Manual José Caycedo. Conviene recordar que ese personaje fue durante varias décadas el mandamás de Medellín a finales del siglo XIX y principios del XX. Era un señor con ínfulas de emperador que se dio el lujo de hacer que la modernidad que pugnaba por entrar a velocidad de babosa a Medellín, se quedara estancada y, por el contrario, amenazara con el regreso al pasado. Su legado fue de hecho una mezcla de autoritarismo, intolerancia y ausencia de afecto por la democracia. Todo encaja con evidente precisión si se piensa en el grado de popularidad que conserva cierto expresidente, quien muestra de modo grotesco sus obsesiones como la radiografía de ese constructo cultural.
Es explicable entonces que como pueblo podamos aferrarnos a un cristo o una oración y al mismo tiempo afirmar que estamos a favor de la guerra, que despreciamos el pensamiento de alguna minoría o que es justificable la aniquilación física de aquel que se nos presenta como enemigo.
Un apreciable número de votantes del No lo hicieron cegados por el odio o fácilmente azuzados por quienes les decían que votando de esa manera preservaban los valores tradicionales y se congraciaban con el dios que los representa.
Creí que ese rápido panorama había sido un contexto suficiente para ofrecer una respuesta medianamente aceptable al joven preguntón, pero aún quedaba aquel espinoso tema de si íbamos a permanecer por el resto de la historia anclados a ese pasado ignominioso. Por fortuna la respuesta se hallaba en el mismo escenario en el que nos encontrábamos sosteniendo esta conversación: una marcha multitudinaria y diversa reclamando la vigencia de los acuerdos de paz que sumaba voces de estudiantes, profesores, indígenas, trabajadores, profesionales, líderes barriales, artistas, negritudes, población Lgtbi, ong´s y en suma, la ciudadanía cansada de la guerra y consciente de que su continuidad no es más que la trampa a la que nos quiere atar el viejo sistema institucional heredero de esa estirpe intolerante.
En menos de quince días, Medellín fue testigo de masivas movilizaciones en favor de la paz y de los acuerdos de La Habana. No son simples llamados “simbólicos”, se trata de un requerimiento histórico para que la Villa de la Candelaria asuma por fin el reto de franquear la frontera de odio, exclusión y pacatería, y para enrumbarse por fin hacia una ciudad realmente democrática, requisito necesario de una paz estable y duradera.
Fotografías: David Estrada L.