Es el fin de la guerra, tía

"Dos años de conversaciones secretas. Tres años, diez meses, seis días y miles de horas de negociación en La Habana –las últimas 70 de trabajo ininterrumpido– tuvieron que pasar para que se produjera la noticia más esperada por varias generaciones de colombianos", así encabezó Semana su artículo el pasado 24 de agosto, cuando gobierno y Farc llegaron a un acuerdo sobre los detalles que restaban para poner fin a los Diálogos de La Habana.  A propósito de las noticias del fin de la guerra, publicamos esta carta íntima de la periodista Katalina Vásquez Guzmán, editora de GeneracionPaz.Co y periodista freelance para diversos medios internacionales, donde queda expuesto que, además de la información técnica sobre el Acuerdo Final de Paz, sobrepesa un profundo sentido humano en las noticias sobre el Proceso de Paz y su próxima refrendación para las presentes y futuras generaciones de colombianos.

 

Por: 
Katalina Vásquez Guzmán

Hola tía, no te escribía desde que tenía como diez años. 

Entonces fantaseaba con la idea de que volvías a la vida y te tomaba de la mano, una vez más, esas tardes frías de un pueblo del Oriente cuando nos invitabas a helado y caricias tiernas. Era una ilusa como hoy, cuando creo que esos acuerdos en La Habana son lo mejor que nos ha pasado a los que -tercos y soñadores- no queremos seguir matándonos, matándote, deshonrando millones de víctimas de esa guerrilla que sí, nos ha hecho daño, pero que es mejor tener sin plomo y coca y más con palabras y luchas pacíficas.  Y también para los que se oponen, humanamente hablando. Lo que no es bueno para esos, sabemos, es que el negocio quizá se les acabe como las excusas para seguir acabándonos entre compatriotas.

Claro que esa firma no te devuelve la vida, ni a vos ni a esos que asesinaron el Estado, el narcotráfico o el paramilitarismo ese que también tendremos que acabar. Pero te honra, tía, y te hace memoria porque es como decir: tu muerte no fue en vano. 

Estoy contenta. Pero aún así hoy te lloro como en esos días grises por allá como a los seis años, cuando escuché en mi casa humilde: a su tía Lucy la mató la guerrilla. Por eso Fulana (mi prima) se viene a vivir con nosotros, y Perano con Sultana. Y todos vamos a querernos y a unirnos para seguir adelante: otra ilusión que no se me quita de la mente con la noticia de hoy. 

Imaginar acuerdos finales en La Habana es como comenzar a colorear esa imagen de la Tierra Prometida que narra la Biblia y que la hermana Gabi Mai, un ser de luz que la vida sacó de Alemania y puso en Tumaco, me metió en la cabeza cuando yo ya era grande y empecé a perseguir las memorias de las víctimas en las periferias de Medellín, en pueblos encumbrados de Antioquia, y luego por esos ríos, mares y llanuras que -otra ilusión- deseo conocer palmo a palmo ahora cuando Colombia empezará a cambiar y un día se podrá andar como siempre lo hemos merecido.

Tampoco estarán de vuelta las demás víctimas fatales ni se echarán atrás los años de ausencia y hielo en el corazón de familias de secuestrados.

Y  bueno, no es en acuerdo perfecto. Eso no ha existido. Eso ya lo sabíamos.

Vemos por ejemplo en la foto 15 hombres y apenas una mujer, pero bueno, ellos lograron que ahora sea más fácil encontrar nuestros desaparecidos, que se retiren las minas de nuestras tierras sagradas, que pronto empiecen a reemplazarse los cultivos de coca por corrales de animales, y, sobre todo, tejer la esperanza rota por medio siglo de horror y zozobra.

Eso también honra a mi abuelo Javier, asesinado en el Valle del Cauca, en esos otros días grises que se llamaron Violencia, y quien no alcanzó ni abrazar a mi padre que estaba el vientre de mi abuela cuando su esposo salió a vender cachivaches en un jeep destartalado. Volvió sin brillo en los ojos como te pasó a vos, tía, y como a millones de colombianos y al abuelo de mi hija, un señor negro que, montando bicicleta, fue víctima de homicidio en los ardientes ochentas en Yolombó, Antioquia. 

Más adelante, a Lucía (como me pasó a mí a los sesis años) se le revelará en su razón y su alma que su bisabuelo, su abuelo, su tía y hasta sus primos -los más jóvenes- fueron los mártires de un conflicto aburdo que, apenas, en 2016 empieza a resolverse. Sentirá dolor y, quizá no tan hastiada como generaciones actuales de adultos, se preguntará hasta cuándo. Entonces, si todo sale bien con la fórmula "ejemplo, la mejor forma de criar" hará lo que sea para honrarlos a todos y seguir persiguiendo este sueño, ¡este derecho que es la paz!

 

- Para qué vuelves a Cuba. ¿Vas a seguir entrevistando de paz?

- Sí, mi amor, para entender y para que otros entiendan.

- Pero vuelve ligero, mami. La paz se hace en Colombia, eso dijeron en la televisión.

-Claro que vuelvo. Siempre voy a volver. Y cuando no vuelva mi cuerpo, siempre volveré a tu corazón apenas me recuerdes. Así hago yo, para abrazarme con la tía Lucy, la que se murió hace mucho.

-Y porqué fue que se murió.

-Por cosas que ya casi casi van a dejar de pasar. 

 

Qué utopías, ¿cierto tía? Pero qué importa. Los recuerdos sobre vos me alimentan este y otros sueños.

Dicen que no te importaban las críticas de la familia y la mentalidad de pueblo y seguías sin afanes ese instinto de conocer el mundo.  Así llegaste a Zaragoza donde un tipo con fuerza, dicen que comandante guerrillero, te arrebató el aliento y te devolvió a Medellín en una caja de madera pegada con clavos que se fueron soltaron en horas de carreteras empolvadas, mientras tus dos hijos pequeñitos, ahora mis hermanos, se agarraban de tu mano entonces ya fría. 

Yo llegué a ese pueblo escondido, por primera vez, apenas hace unos días. Desde que empezaste a hablarme en sueños sentí curiosidad de ir, pero el llanto me atajaba. Viajé con unos músicos de la Comuna 13 llevando "Tomas Artísticas" en vez de tomas armadas. Fue un bálsamo para ese pueblo. Les bailamos. Les cantamos. Y también mi alma sanó un poco. Con la cámara en la mano y el corazón en la boca, lloré en silencio en el bus imaginándote de regreso a casa, por última vez bella, con rosado en las mejillas, tus labios provocativos, y la piel blanca y las facciones mestizas que te hacían la más linda de todas tus hermanas. Todos ellas son un pedacito de vos, yo también, y se alegraron mucho cuando decidimos que mi hija portaría tu nombre para no olvidarte. 

Ay, tía. ¡Amaneció y es verdad! Hoy se anuncian los acuerdos de La Habana. ¡El país de hoy es otro, tía! Y escribo para agradecerte a vos y a todos lo que se fueron antes del tiempo sagrado. Ya no importa que mis brazos pequeños solo te abrazaron hasta que cumplí cuatro años. Fueron suficientes para dejarte en mi mente y en ese lugar sagrado de donde sacamos fuerzas para escribir reportajes, organizar foros y charlas, pintar murales y grabar canciones, evangelizar al taxista, producir documentales. Ese lugar es la memoria. Ahí se guarda la dignidad. Y ahí se alimenta la esperanza.

Nos han quitando los amigos. Nos han robado la tierra. Pero la esperanza es nuestra. 

¡Los sueños no nos los quitan ni los bárbaros ni los mafiosos - que se lucran de la guerra -, ni aquellos que no conocen lo que es perder un Kolacho, un marido, un tajo de tierra, una gallina o una familia entera, y que, alentados por discursos de encantadores sofismas, promueven un no al acuerdo.

Ellos no estaban para alzar la voz cuando inocentes como vos dejaban de mirar la tierra. Ni para proteger a los húerfanos. Ni para alentar a las viudas, como esas valientes de La Escombrera que siguen su grito desesperado porque continúen buscando en esa montaña de horror. Esos estaban comprando fincas que quedaban abandonadas y sembrándolas de palma o construyendo condominios a donde pudieron volver en carro, décadas después, para justificar miles de vidas perdidas. 

Pero no te preocupes, tía. Nosotros, los que nos hemos alentado con palabras, micrófonos, aerosoles, plantas y lo que nos queda cuando la guerra golpea -esperanza y solidaridad- estamos unidos para honrarte y hacer justicia. A vos y todas las víctimas. No la justicia de los barrotes o de más dolor y sangre. Si no la justicia de que otros no vivan lo mismo que vos, lo mismo que nosotros. ¿Y si fracasamos?

Lo peor, pongámoslo así con colores y soles y nubes y cielos azules, lo peor es que Lucía y toda esta Generación Paz serán testigos de que lo intentamos y continuarán este aliento como lo hacemos tantos sobrevivientes en nombre tuyo, de Héctor Abad Gómez, de Ana Fabricia Córdoba, de Andrés Medina, de Jesús María Valle, de Jaime Garzón, de Luis Javier Laverde y todos los desaparecidos, de Juan Camilo Mazo "Moro" y cada niño que se marchó antes de tiempo, de las víctimas de Bojayá, de los millones de desplazados, de las Madres de Soacha, de las Madres de la Candelaria, de los defensores de Derechos Humanos que tuvieron que huir para salvar sus vidas, de los niños soldados, de los que murieron en las bicicletas bombas, en los burros bomba, en el collar bomba, en el Nogal, en cautiverio como los diputados del Valle, con tiros de fusil como Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverry, en combate como millones de soldados humildes, o mientras expresaban sus ideas como Gustavo Marulanda o Luis Carlos Cervantes y cada periodista sacrificado por la verdad.

Ilúminanos tía, vos y esas millones de estrellas que nos acompañan en el cielo y en el mar. Dame fuerza, dénnos fuerzas, porque lo que viene, lo sabemos desde que escogimos el camino difícil de arreglar todo con palabras y no con balas, está lleno de obstáculos, de incrédulos, y de riesgos. ¿Porqué tomamos el riesgo? Porque es lo más cercano que hemos tenido en las manos para transformar esta Colombia. Te dejo, tía, pero seguiré escribiendo. Tal vez así, sin tanta cosa política, muchas personsa entiendan porque estamos jugados en parar esta guerra. Esto es un deber ético, esto es un asunto humano. Se termina la guerra, tía. Y bueno, es el principio del fin. Sé que estás aquí y, como en mis sueños, me tomas de la mano y sigo siendo una niña ilusa. 

 

A Lucía Guzmán Yepes