ITINERARIOS DE MARÍA EFIGENIA VÁSQUEZ

María Efigenia Vásquez Astudillo disfrutaba de su vida en familia: cuidaba de sus tres hijos, amenizaba los cumpleaños de sus cinco hermanas y cuidaba su cultivo de fresas. María Efigenia asumió la defensa de la propiedad de la tierra: participaba como comunera en las actividades del Cric y usaba la radio para comunicar las tradiciones y las luchas de su pueblo. El pasado 8 de octubre, cuando entre el Esmad y la comunidad del resguardo Kokonuko se presentó un enfrentamiento, María Efigenia murió víctima de arma de fuego de carga múltiple

Por: 
Hacemos Memoria

Como todos los domingos, ese 8 de octubre, las seis hermanas Vázquez Astudillo se levantaron junto a sus padres, Luis Vázquez e Ilda María Astudillo, en el resguardo indígena de Kokonuko, del municipio de Puracé, Cauca; unas más temprano que otras, pero, como siempre, juntas. Solanyi Vázquez, de 27 años, salió ese día desde las cuatro de la mañana a darle de comer a los pollos en la finca ubicada en el sector de Piedra de León, propiedad de su familia y a la que tarda, en carro, un par de horas desde el resguardo. No se despidió y hoy lamenta no haberlo hecho, pues hasta ese día eran seis hermanas, ahora, falta la mayor: María Efigenia Vázquez Astudillo, de 31 años.

Solanyi se fue en la madrugada porque, según dice, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) les estaba impidiendo el paso hasta la finca. Esto ocurre desde que el Estado, a través de un fallo del Tribunal Administrativo del Cauca y ratificado por el Consejo de Estado, decidió defender, con el poder de la fuerza, el derecho al trabajo y a la vida del señor Diego Angulo –propietario del predio Aguatibia–, por encima del proceso de recuperación de la madre tierra que reclama la comunidad indígena de Kokonuko, para quienes esta fracción de tierra hace parte de su territorio ancestral.

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Ese 8 de octubre María Efigenia no se despertó tan temprano como Solanyi, pero lo hizo justo a tiempo para hacerle el desayuno a sus tres hijos y a su esposo. Le alcanzó la mañana para ir tras una de las gallinas que se estaba perdida; como ella las criaba, sabía bien que la extraviada gallina estaría poniendo sus huevos. Cuando la encontró, María Efigenia la dejó al alcance de su vista, se sentó en unas piedras y junto a su hermana Vilma, de 29 años, se dispuso a bañar uno de los perros: “echémosle frutiño para que huela rico”, le dijo a su hermana, y minutos después –recuerda Vilma– se fue diciendo: “Se me está haciendo tarde. Me voy para allá arriba que están atacando muy feo a mi pobre gente”.

Era casi el medio día cuando María Efigenia Vázquez subió desde el resguardo hasta la vía de acceso al centro recreacional Aguatibia en el municipio de Puracé, el territorio que tiene, actualmente, a dos soberanías en disputa: la indígena y la estatal. Allí, y a esa hora, el enfrentamiento entre el Esmad y la comunidad se encontraba en su punto de mayor tensión. Pasadas las dos de la tarde, un disparo hirió a María Efigenia en su pecho. Fue trasladada al hospital San José de la ciudad de Popayán, en compañía de Paulo Andrés Calambas y Wilmar Yace, quienes también resultaron heridos. Luego, su suerte no fue la misma que la de sus compañeros comuneros: según el dictamen de medicina legal sufrió: “herida por proyectil de arma de fuego de carga múltiple, que produce herida cardiaca, lesión suficiente para explicar la muerte”.

Amigos y familiares acompañaron el sepelio de María Efigenia en Kokonuko.

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María Efigenia tenía tres hijos, nueve sobrinos, cinco hermanas, sus padres vivos. Trabajaba la tierra que es propiedad de su padre, en especial, concentraba su atención en el cultivo de fresas que sembró en la finca. Dicen sus hermanas que tenía una intensa vida familiar. Pertenecía a la comunidad indígena Kokonuko, donde desempeñó un fuerte trabajo político en defensa del territorio y por la dignidad de los pueblos originarios. Además, María Efigenia era comunicadora comunitaria de la emisora Renacer Kokonuko, vinculada al equipo de comunicaciones del Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC.

Se pueden identificar tres grandes facetas en el camino que recorrió María Efigenia en sus 31 años de vida. O mejor, tres itinerarios para explorar y comprender qué clase de mujer se fue, a qué clase de mujer asesinaron.

Itinerario de una hija, madre y hermana
En los cumpleaños de la familia Vázquez Astudillo, Vilma Vázquez, la tercera de las hermanas, asegura que nunca hacían falta los pollos para el almuerzo. Siempre los aportaba María Efigenia, pues ella los criaba. Era muy buena cocinera y así lo recuerda su hermana, a quien apenas superaba por dos años de edad. El pringapata, una especie de sopa de maíz, papa y cuy, era su especialidad, pero a ella, también, le encantaban las papas fritas y el arroz con pollo.

De los cumpleaños, Solanyi no puede olvidar que Efigenia lideraba la recocha. Se convirtió en ritual lanzarle huevos a quien estuviera de aniversario, así como arrojarlo al Río Grande, que no es otro que el Río Cauca, pues el pueblo Kokonuco se ubica en la margen derecha de su cuenca alta. El próximo 14 de diciembre era el aniversario número 32 de María Efigenia; ella no estará para recibir los huevos ni ser bañada en el río. Pero, seguro, su familia y las más de 600 personas que asistieron a su sepelio, si tendrán para ese día el recuerdo intacto de la mujer que hasta el último día demostró que por los suyos habría de luchar.

 

Los cumpleaños son importantes para entender a Efigenia porque ella era quien, de manera sagrada, los recordaba. “Cumplió verdaderamente el papel de hermana mayor”, dice Solanyi. A ella, como al resto de sus hermanas, María Efigenia siempre procuró enfatizarles su valor como mujeres. Les insistía que no estaban solo para hacer de comer y cuidar a sus hijos; y lo hizo con su ejemplo.

De lunes a miércoles repartía su tiempo entre la cosecha de fresas y el cuidado de sus hijos. Ya el jueves, así como el fin de semana, se dedicaba solo a ellos: a Geraldine que pronto cumplirá sus 16 años; a Dayana, de 11; y a Bayron, de 8; “les exigía bastante que se dedicaran al estudio”, señala Solanyi. El viernes, María Efigenia regresaba a la finca de su padre, donde también hay vacas, papa y olluco. Y aunque las fresas que le vendía al señor Carlos Valdez, intermediario entre la cosecha y la comercialización en Cali, se robaban casi todo su cuidado y empeño, ella tenía tiempo para su huerta: “le gustaba mucho sembrar cebolla”, dice Vilma.

Itinerario de una comunera en defensa de los pueblos originarios y la recuperación de la madre tierra
La muerte encontró a María Efigenia en una actividad que, como su trabajo en la finca para el sustento de su familia, era, para ella, vital y coherente con sus principios. Esta vez, su arraigo por aquellas tierras que se levantan en la vertiente occidental de la cordillera central del país y que históricamente han pertenecido al pueblo Kokonuko, la llevó a acompañar el proceso de recuperación de la madre tierra que hoy tiene a los medios de comunicación nacional al tanto de las disputas por el territorio libradas en el Cauca.

Desde el mes de abril el resguardo indígena de Kokonuko enfrenta una disputa real y firme con el empresario de Popayán Diego Angulo, propietario del predio donde está construido el Centro de Turismo y Termales Aguatibia y terreno que según Isneldo Avirama, gobernador de este resguardo indígena, hace parte del territorio ancestral que les pertenece. “Nosotros tenemos un título colonial que nos confirma la legalidad de estos territorios y data de 1773”, dice el gobernador del resguardo Kokonuco.

María Efigenia junto a sus compañeros del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). 

Fue en el 2013 que llegó la promesa del Ministerio del Interior de devolverle a los indígenas esta fracción de la tierra, al pie del volcán Puracé. Sin embargo, cualquier viso de esperanza para la comunidad Kokonuco se desvaneció cuando el Consejo de Estado ratificó la posesión de Angulo sobre la tierra. A partir de entonces, el enfrentamiento ha demostrado que el momento de transición que atraviesa el país no puede desatender conflictos fundamentales como el de la tierra, que aun el Estado ha sido incapaz de dirimir; contrariamente, y ante la imposibilidad legal de encontrar una solución, la policía acantona y se enfrenta a la protesta indígena atendiendo la acción de tutela presentada por el empresario.

A pesar de que las querellas por la tierra no son un problema nuevo para las comunidades indígenas, la última se encargó de cobrar la vida de María Efigenia Vásquez. Su presencia en la protesta no fue resultado del azar, estar ahí en medio de las piedras y los gases que camuflaron la bala que la asesinó fue una disposición consciente de la comunera. Su trabajo político era decidido y disciplinado, así lo destacan quienes la conocieron. Por ejemplo, Jhoe Nilson Sauca, exgobernador del resguardo, cuenta que por sus aptitudes la comunidad eligió a María Efigenia para capacitarse en la ejecución de los recursos que transfiere la Nación a las entidades territoriales a través del Sistema General de Participaciones, SGP.

En el video en el que tras su muerte estudiantes de la Universidad Autónoma Indígena Intercultura (UAIIN) y el Programa de Comunicaciones del CRIC honraron la memoria de María Efigenia, se escucha de su voz “Me gusta el proceso organizativo”, así de simple y contundente. Lo hace antes de explicar que fue guardia indígena entre el 2010 y el 2012, lo que significa, como lo explica el CRIC, “seguir el camino de vigilancia, control, alarma, protección y defensa de nuestra tierra en coordinación con las autoridades tradicionales y la comunidad, siendo así, guardianes de nuestra vida que promueven siempre la defensa de los derechos”.

El actual gobernador, Avirama, dice con rabia y dolor que este acto no es nada distinto al silenciamiento de una voz de protesta. El vacío se hará evidente en su comunidad. La recuerda en las mingas, en los congresos, en las protestas, en todas las actividades organizativas y comunitarias, ahí, dispuesta a trabajar en colectivo y, sobre todo, capaz de comunicar su propia lucha, la misma que heredó de su padre y de los ancestros del pueblo Kokonuco.

Itinerarios de una comunicadora
El 6 de octubre fue la última vez que se escuchó la voz de María Efigenia Vázquez a través de Renacer Kokonuko, una de las once emisoras indígenas del Cauca. Ese viernes, en el dial 90.7 FM, pudo oírse entre las cuatro y las seis de la tarde el programa “Guitarras de mi pueblo”, uno de los que realizaba la comunicadora comunitaria que ya no está para recordarle a sus compañeros lo que tanto les repitió: “no nos sentemos detrás de un computador, detrás de un micrófono a hacer radio, porque eso no es radio, radio es salir a investigar, conocer el ambiente en el que vivimos, de esa manera somos comunicadores indígenas, sino solamente vamos a ser programadores de música”.

El comunicador indígena deberá entender como principio básico que, a diferencia de la comunicación convencional, la indígena se da entre los seres humanos y todos los seres de la naturaleza y, a su vez, entre los referentes espirituales del territorio. Así los describe la Política Pública de Comunicación Propia de los Pueblos Indígenas de Colombia, un documento del año 2013 construido por los pueblos indígenas de Colombia y sus procesos de comunicación. Y en ello fue formada María Efigenia a través de la Escuela de Formación Intercultural del CRIC, a la que llegó, hace 14 años, después de una convocatoria que escuchó en radio Renacer Kokonuko.

María Efigenia con Edgar Marino Pizo Lebaza, su mentor y compañero en la emisora Renacer Kokonuko. 

Edgar Marino Pizo  Lebaza, fundador de la emisora Renacer Kokonuko –al aire desde 2002–, fue su tutor y compañero; ella, prontamente, se convirtió en su compañera de trabajo gracias a sus aptitudes como reportera y a su empeño por hacer de la comunicación indígena una verdadera garantía para el ejercicio íntegro de los derechos fundamentales de los pueblos indígenas. Su aporte superó el de cualquier investigador y locutor, por eso, entre otras cosas, se encargaba de llevar la contabilidad de la emisora para procurar su sostenimiento. Nunca paró de formarse, viajó a Oaxaca, México, en el 2013 a participar de la II Cumbre Continental de Comunicación Indígena y, hasta antes de ser asesinada, se encontraba cursando Derecho Propio en la UAIIN. Marino la recuerda de carácter fuerte, pero, sobre todo, con una sensibilidad especial por el tema que le cobró la vida: la recuperación de la madre tierra.

María Efigenia en la II Cumbre Continental de Comunicación Indígena, que se llevó a cabo en México, en el 2013.

Dos kilómetros caminaba María Efigenia entre su casa, ubicada en el resguardo indígena de Kokonuko, hasta la emisora. Se turnaba, con sus compañeros, para garantizar la programación entre las 5 de la mañana y las 9 de la noche. Alternaba su trabajo con su rutina en la finca de su padre y el cuidado de sus hijos, pero, eso sí, trataba de no faltar a los programas que más disfrutaba realizar: Amanecer indígena, La minga o Flocklor colombiano. En sus propias palabras y al hablar de su proceso como comunicadora, afirmaba: “Como mujer es algo muy bonito. Me ha ayudado a valorarme, que puedo hacer más, que uno puede capacitarse, salir adelante y hacerlo excelentemente. Me ha ayudado a valorarme, que todas las metas, los sueños que uno tenga puedo alcanzarlos y que mejor que a través de un medio de comunicación”.

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No parece claro de dónde provino la bala que silenció a Efigenia. Mientras la comunidad, en cabeza de su gobernador, Isneldo Avirama, acusa al Esmad de asesinarla, el comandante de la Policía Metropolitana de Popayán, coronel Pompy Arúbal Pinzón Barón, en sus declaraciones a los medios ha sugerido que las armas hechizas de los indígenas pudieron ser las causantes de la muerte de la comunera.

Ahora, la investigación está en manos de La Fiscalía. Por lo pronto, y como puede entenderse al leer los carteles que se levantaron durante el sepelio de Efigenia, la memoria de la comunera perdurará en una comunidad que se dispone a continuar la defensa de la madre tierra. “Efigenia: tu sonrisa y tu lucha no se apagarán, serán el camino para la libertad de nuestros pueblos”, dicen los comuneros.